Si bien La Biennale di Venezia se lleva a cabo cada dos años entre Mayo y Noviembre, la gran mayoría de los artículos y/o críticas escritas de ella se dan en las primeras semanas, atorando de información los medios especializados y las redes sociales, dando paso a un desinflamiento de la expectación en el período siguiente.

En el caso de la 57th International Art Exhibition, se dio aún más precisamente después del 10 de Mayo, fecha que marcó el inicio de los tres días de locura y excitación del preview, donde además de ver las piezas de las representaciones nacionales y la selección especial de los Nueve Trans-Pabellones (Pabellón de Artistas y Libros; de Alegrías y Miedos; de lo Común; de la Tierra; de las Tradiciones; de los Chamanes; el Pabellón Dionisíaco; el de los Colores y el Pabellón del Tiempo y la Infinitud) curada por la francesa Christine Macel, junto a artistas, curadores, periodistas, críticos y todo lo que se pueda venir a la mente que pueda estar ahí en esos días, también puedes escuchar y leer acerca de cuál es el Pabellón Nacional favorito para adjudicarse el Golden Lion.
Pabellón Alemán, Anne Imhof. Performer y artista visual. Viernes 12 de Mayo, me levanto y lo primero que veo en mis redes sociales es la noticia de que lo vaticinado había pasado. Así que no fue una gran sorpresa para nadie, pero sí mucho ajetreo: por el lado de los que compartían esta decisión, y los que sin demora empezaron a criticar.

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Afortunadamente pude verla exactamente el día anterior de la noticia. El asunto es porque después de casi dos meses recién puedo sentarme a escribir de “Faust”.  Vuelvo al Jueves 11 de Mayo. Logré despertarme a una hora apropiada y llegar relativamente temprano a los Giardini. Extrañamente -o creo que andaba con buena suerte por esos días si alguien cree en esas cosas- era bastante soportable la fila para entrar al polémico edificio que aloja la representación alemana, construido en un primer momento como el “Pabellón Bávaro” en 1908, diseñado por Daniele Donghi. Recién pasó a ser el “Pabellón Alemán” en 1938, después de una neoclásica reconstrucción realizada por el arquitecto de Múnich, Ernts Haiger, personaje bastante cercano al régimen Nazi. Con todos estos antecedentes, la construcción ha estado cargada de polémicas y críticas, incluso llegando a ser pedida su demolición, ya que no sería capaz de albergar la representación para el país dentro del contexto contemporáneo.

Y así es que se te viene encima esta extraña imagen del edificio germano, devenido en una (extraña) casa al estar resguardada por perros de la raza doberman. Debo decir que no tenía la información necesaria del horario -si es que se puede hablar en esos términos- de esta performance continua. Había visitado el pabellón el día anterior, pero no con la pieza en desarrollo, solo pudiendo ver el acondicionamiento que se le hizo, pasando a ser una instalación en su “estado beta”, y donde cada día iban quedando los restos y huellas de lo que había sido la actuación del día.

“Una habitación, una casa, un pabellón, una institución, un estado. Paredes y cielos de vidrio, fluidos y cristalinos, permean las habitaciones como si fuera uno de los centros del poder financiero. Los límites del espacio revelan todo, haciéndolo visible tanto como al sujeto bajo control. El piso elevado aumenta los cuerpos y modifica las proporciones espaciales”. Así es como es descrito inicialmente el espacio en el texto escrito por la curadora de “Faust”, Susanne Pfeffer.

«No hay un inicio declarado, no hay límites explícitos ni lugares asignados para nadie. Un tumulto de personas con cierto miedo disfrazado de expectación: de no saber exactamente qué es lo que verán, de no saber si serán involucrados en la pieza, o simplemente el miedo de no entenderla.»

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Y así es. Este pabellón cargado de una historia, no solamente es la casa del trabajo de la performer alemana, sino que además representa el establishment actual, la nueva alienación y la desaguisada angustia y desesperación.

No hay un inicio declarado, no hay límites explícitos ni lugares asignados para nadie. Un tumulto de personas con cierto miedo disfrazado de expectación: de no saber exactamente qué es lo que verán, de no saber si serán involucrados en la pieza, o simplemente el miedo de no entenderla. Todos estamos dispersos tratando de ubicarnos en el lugar que más nos acomode o convenga. Esto es muy importante si queremos observar todo desde lejos o acercarnos tanto como nos sea posible, y así, de alguna manera, tratar de alcanzar lo que los performers estarán haciendo-sintiendo.

El piso elevado de vidrio grueso ya no me hace sentir como si estuviera en un galpón para experimentar con humanos, incluso adquiere un aura de mall con toda esta gente vestida minimal o muy avant garde, o con cara de PhD. Eso si no fuera por un particular olor a laboratorio generado por las acciones y los elementos usados en el día anterior. La curiosidad por inspeccionar los objetos que yacen debajo de la superficie transparente se olvida cuando por un extremadamente cuidado sistema de audio dispuesto en los cielos del pabellón, suena música, sonidos y sensaciones compuestas por Billy Bultheel, que sin separarse de lo que es “Faust”, es una pieza en sí, encajando absolutamente con este ordenado caos.

«Debemos decidir por donde ir y a quién o qué mirar.»

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Los marcos que alguna vez oficiaron de puertas para separar los distintos salones, se convierten en ventanas que no permiten observar limpiamente, vienen distorsionadas por ser una mirilla que se inmiscuye en la vida expuesta de los otros, de los intérpretes de “Faust”, del resto de los espectadores; simplemente se está ahí. Otra vez hay que decidir por donde ir y a quién o qué mirar. Mi humanidad e instinto me dirigen hacia una de las primeras habitaciones/cubo donde parece que todo está empezando: un chico rubio nada andrógino, hace acciones que son parte de rutinas diarias de cualquier persona, modificadas sin duda por el “ethos” que aúna la pieza. Fuertes movimientos, pero sobrios al mismo tiempo. Se lava las manos en un lavabo. La sala está coronada por las grandes y repetidas serigrafías de Eliza Douglas, otra de las performers, que se disponen tal cual musa. El beat es intenso, la sensación de incertidumbre y grandilocuencia de lo que estoy viendo va creciendo, y justo empieza a sonar la guitarra eléctrica distorsionada que en la sala subsiguiente toca la misma Douglas –sí, las salas están continuas unas a otras, separadas por vidrios que son parte de la estructura formada con la plataforma que eleva el piso algunos metros. Las miradas y los cuerpos de los espectadores son trasladados al igual que los cuerpos y movimientos de los ejecutores, y mientras uno camina hacia donde está Eliza Douglas y Franziska Aigner (otra de las performers), el primer chico del lavabo junto a otros, se mueven hábilmente en ese mundo que yace debajo del piso de vidrio, uno paralelo a todos los que estamos ahí adentro.

Franziska vestida con short y calcetas deportivas empieza a mojar con agua que sale de una gruesa manguera a sus partners de esta sección de la performance en la sala, incluyendo a Eliza que está indolentemente acostada boca abajo en el suelo.

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Aunque todos están pendientes de tomar las respectivas fotos y videos de lo que ahí está pasando, gradualmente la atención la empiezan a tener quienes se van ubicando sobre unos pedestales de vidrio a pared, tal cual esculturas vivientes sin intención de mímesis alguna. Solo representar, o más bien presentar el estado del modelo que se ha formado y que nos impone la contemporaneidad. Son jóvenes, pero tampoco adolescentes. Cada uno ya tiene su propio background profesional, donde en muchos casos no está relacionado directamente al arte. Por ejemplo Aigner viene de la filosofía y Douglas trabajó como modelo alguna vez.

De “Faust” ya se ha dicho bastante, una gran parte han sido críticas que no dejan de llamar mi atención: muchas de ellas son a lo que Imhof exactamente desea apelar en esta performance, donde su particularidad reside en que no desea ser un reflejo de la vida y la realidad tal cual, sino en cómo están siendo transformadas y transgredidas en un tiempo en donde la angustia, el miedo y la ansiedad son características tan normales como el despertar mismo.

Se crearon caricaturas riéndose del look: ese es propiamente el look que la sociedad incentiva y demanda a las individuos, esa es la imagen que se exige; esas las “características asociadas” ideales que imponen las principales marcas que imponen tendencias.

«Aunque todos están pendientes de tomar las respectivas fotos y videos de lo que ahí está pasando, gradualmente la atención la empiezan a tener quienes se van ubicando sobre unos pedestales de vidrio a pared, tal cual esculturas vivientes sin intención de mímesis alguna. Solo representar, o más bien presentar el estado del modelo que se ha formado y que nos impone la contemporaneidad.»

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Parecer un modelo sin serlo, pero sí ser más cool que cualquiera de ellos. Enrostrar la antipatía y desidia. Reforzar el individualismo y enaltecer los egos:

“Weltschmerz, la melancolía artística del artista se ha unido al enemigo, el mundo, donde se esparce como depresión de las masas. La Neurosis fue el alimento que señaló el costo del individuo por la identificación esperada por parte de la sociedad con los modelos de rol de un cierto orden social. En contraste, la Depresión es la patología que destaca el costo asociado con la interpelación al individuo a inventar –y mantenerse reinventando- a él o ella misma más allá de los modelos de la sociedad.” En el texto “Dark Play: Anne Imhof’s Abstractions” Juliane Rebentisch logra extraer en esas líneas el nihilismo contemporáneo que se desplaza y atrapa a las individuos, generando una masa dominada por estos estados, que al mismo tiempo son individuos que se alienan no solamente de los otros o de los objetos, sino que de ellos mismos.

Y es ahí donde radica la importancia y peculiaridad de esta performance; más allá del reflejo de la vida, es acerca de la transformación de la vida, donde el sujeto alienado y transgredido de sí mismo, sumido en la angustia de convertirse en una mercancía más y donde la repulsión se da como formas artificiales de improvisación. Para cada una de las veces que se ejecuta “Faust” , Imhof confía plenamente en su equipo para que sigan esta libertad de poder disponer al espectador esta representación de una estructura no premeditada, pero que sí desea reflejar esta exigencia de adoptar y cumplir con un rol y un personaje que está en constante observación y juicio – o prejuicio-, y así es que en cada uno de los movimientos o acciones, actúan como si no existiera espectador alguno, apelando a esta repulsión devenida en desidia e indolencia dentro del sistema. Acciones construidas dialécticamente entre los performers, o entre cada uno de ellos y algún elemento que canaliza el poder del sistema. Desgana que por ejemplo se ve interrumpida cuando Eliza Douglas o Franziska Aigner se pegan un micrófono en su mano (como si fuera un device de supervivencia) para interpretar vocalmente composiciones hechas junto a Bultheel y Anne Imhof, donde pareciera que gritaran por ayuda con un tono de desesperación que te lleva a contener el respiro y la angustia.

«Es tan simple como salir a mirar a la calle. O mejor aún, quedarse en casa y ver como todo sucede -aparentemente- a través de las plataformas virtuales y latentes que el sistema nos ha impuesto sigilosamente.»

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“Faust” aún me sigue retumbando como una de las mejores performances y piezas que he visto. Es contemporánea como pocas obras han podido lograr, la repulsión y neurosis son ejecutadas limpia y estéticamente. No necesita emplear un código formal artístico entrópico, sino que usa los mismos códigos urbanos y socio-culturales de hoy. Y por eso no me deja de causar gracia o asombro las críticas frente a su espectacularidad (en el sentido debordiano) y su fashionismo.

Es tan simple como salir a mirar a la calle. O mejor aún, quedarse en casa y ver como todo sucede -aparentemente- a través de las plataformas virtuales y latentes que el sistema nos ha impuesto sigilosamente.

El sacrificio “altera, destruye la victima, la mata, pero no la niega.” [1]

 

[1] Sarah Kofman, Mélancolie de l’art (Paris: Éditions Galilée, 1985), p 16.

 

Imagen 01: Billy Bultheel and Franziska Aigner en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 02: Eliza Douglas en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 03: Eliza Douglas and Franziska Aigner en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 04: Emma Daniel and Lea Welsch en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 05: Emma Daniel en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 06: Franziska Aigner y Emma Daniel en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 07: Emma Daniel y Franziska Aigner, en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 08: Billy Bultheel en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 09: Billy Bultheel en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 10: Franziska Aigner y Eliza Douglas en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 11: Franziska Aigner y Eliza Douglas en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 12: Eliza Douglas en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 13: Lea Welsch, Billy Bultheel, Emma Daniel, Franziska Aigner y Mickey Mahar en Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 14: Josh Johnson en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 15: Eliza Douglas en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 16: Eliza Douglas en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 17: Eliza Douglas y Franziska Aigner en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista

Imagen 18: Eliza Douglas en, Faust, Anne Imhof, 2017
Pabellón Alemán, 57th International Art Exhibition – La Biennale di Venezia
© Fotografía: Nadine Fraczkowski
Cortesía: Pabellón Alemán 2017 y la artista