Era la exposición de un chico simpático, Thomas, quien me trajo una cerveza como si tratara con su padre. Oompa Loompas pensaba yo. Él llevaba su jopo bien hecho y peinado con el gel de oliva que le recomendé de Sivletto, por ahí por Malmgårdsvägen. El pelo se lo había cortado en la barbería de Södermalm, subiendo por Mosebacke, donde venden artículos de artistas y hacen conciertos llorones de verano, allí mismo donde los jubilados que aún tienen la cadera en una pieza se dan sus paseos y baños de sol. Julius. Vasastan era obligado. Digamos, llevo varios años de juerga y he aprendido como hacen los bartender para reconocer a lo lejos a los embusteros bien aceitados.

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Fui hace 9 años a las galerías a ver esta misma inauguración de otoño y del año expositivo. Entonces me aparecí de zapatos burdeos, pantalones mostaza y chaqueta azul con bordes también mostaza. Parecía que gritara por la atención y fui corriendo avergonzado a mi casa.

Volvía ahora en un pulcro negro y muy tranquilo. Cecilia Hillström Gallery, otra galería más, otro artista sueco joven y sexy, serio y metafísico, ¿Se entiende?… del tipo Caspar David Friedrich mirando al océano, esa naturaleza y lo sublime, apostando por la infinite reflection de los románticos, la objetivación de su subjetividad.

De mentalidad, se había vuelto un complaciente pseudo-skater después de dos años de MFA en la Hunter College NY; de aspecto, se había convertido en otro neoyorkino más, una suerte de yuppie que en su andar hacía high-five a la vez que firmaba catálogos.

Vi a otra ex estudiante mía, una chica de pelo corto recién graduada (se cortan el pelo así para que uno no las admire sensualmente), que ahora está casada con un australiano, un matrimonio austero en un cerro. Ella miraba concentrada la video instalación. Yo sabía que su concentración era la de los que piensan que el resto piensa que uno no ve con el rabillo del ojo, esa mirada que se fija en un objeto puntual de una sala cuando no se quiere tomar contacto visual con nadie, una suerte de meditación Zen de la evasión. Ella también hizo un año en NY y también hace arte cool. Se me acercó el ex metafísico, “Hej ¿allt bra?” me dijo y me abrazó sin sentirlo mientras miraba detrás de mi a otra persona, a alguien más importante. Recordé que la de pelo corto y él habían tenido algo un día, y que me había invitado insistentemente a su estudio el año en que me volví bastante codiciado. Pero ese verano ya no podía hacerme cargo de ex alumnos, además él nunca fue mi favorito. Vi a Henrik. Me dijo que había escuchado que yo estaba bien -no se de quien- y me contó que había chocado, que se había pegado en la cabeza con alguien que corría en un aeropuerto. Había pasado todo el verano en rehabilitación y vi en sus ojos el miedo a perderlo todo. Me dijo además, que me daría la historia, pero no la iba a actuar. Lo sentí diferente, afectado, enterado de lo mío.

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La rusa diciendo ”bad art”. La gallerina haciendo de mujer encantadora, la ama de llaves perfecta. Luego, la galería de los pájaros. Seguramente era todo una ironía y el video una toma importante de algo histórico. Y es que después de trabajar en NY, me parece todo copiado de allí, pero estricto y serio, sin un real placer por la fiesta, el sexo, la música fuerte y el exceso. Como dirían Olav Westphalen y Lars Arrhenius  You sell your lack of imagination as fairness – fairness to the unimaginative. Your inaptitude for pleasure as solidarity – solidarity with the boring ¿Aún en las mejores familias escandinavas?

Me senté recto y de piernas cruzadas en la banca. Cuantos años me costó llegar a este estado totalmente apático. Pelo perfecto, abrigos sin pelusas y puntualidad. La envidia me carcomió y me pensé en este título Venice Biennale: The Historical Anger of Whom Never Went to Venice. Pensé más tarde en Common Culture y El Dorado. Fui a Tensta Konsthall el mismo día, me habían invitado a un cumpleaños a la casa de una banda de punkies. Tenía el tiempo justo para ir a ver la muestra y pasar después a Systembolaget, la botillería estatal que cierra a las 19:00 en los días de semana.

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Hito Steyerl estaba más oscura que NY. Comí un par de nuggets de pollo afuera del Konsthall viendo dos niños jugar en las rampas. Ese mural desteñido por los soles de invierno y la nieve me recordó las andanzas de cuando las cosas eran diferentes.

Hablé con Maruri, Castillo andaba in town. Mi resaca social. “Miren ésta cosa está acabada.” Llegué donde Maruri que tomó mi abrigo y lo colgó. A Castillo me lo pillé mirando a la cocina, para voltearse ya cuando me saqué mis nuevos Dr. Martens de diseño de hombre de ciudad. Yo les dije que tenía un compromiso, pero me dijeron que no me apurara, llegaba Carolina en un rato. Jävla chilienare – malditos chilenos, que con sus vinos y sus comidas creen que pueden arreglar el mundo.

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Que equivocados estaban, yo les decía que toda esta parafernalia neoyorkina me estaba asfixiando. “¡No seai maricón!” me dijo Castillo, y me sirvió un vodka que había congelado. Ese truquito que yo le había enseñado apenas llegó, cuando se juntaban estos dos con El Vikingo. Pones en una cubitera de cristal con agua, un Absolut de medio litro y al freezer. Quedas como el más ingenioso de los anfitriones si sacas una de esas botellitas con cualquier comensal, aparte de no tener que hacer la ridiculez de sentarte y pararte de la mesa cada cinco minutos.

-No olviden llevar flores.

-¿Oye tu creís que somos huasos? Si sabemos que acá las cosas no se arreglan con Sahne-Nuss.

Me fui al baño y los escuchaba hablar (no hablaban tan fuerte) “anda atravesado el Lars, a este huevón le falta tirar”. Yo pasé 10 años con Mariana, una Madonna de mujer, y así los había conocido. Castillo trabajaba en su diskatelje, como le decía él a su taller-lavaplatos, un trabajo que le había conseguido Mariana, quien antes de andar conmigo se había traído a Castillo de París (aunque él dice que vino solo) cuando se había quedado dando vueltas año y medio en “esa ciudad maldita” al acabar el envío de la Bienal de Paris de Nelly Richard. Maruri había llegado directo de Chile un 17 de Julio, pero lo veían tan compuesto que nadie le creía que se había escapado de nada. Además, el 18 de ese mismo mes ya estaba con la hija de su profesora de sueco en lo que él llamaba “asilo sexual”, el lado algo más sabroso de la ruda vida del inmigrante ilegal.

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Castillo con Mariana y Maruri con Lena. De todos modos (esta parte nunca la he entendido del todo ni he querido preguntar detalles, supongo que Mariana le dejó su teléfono, o sea él se vino “casi” solo) a Castillo le costó encontrar la casa de Mariana, y así por mientras, él se las arreglaba como podía con su saco de dormir afuera de Moderna Museet o en cualquier parque. Tiene que haber sido un sauna ese saco con el sol de verano de las 4:00 AM y los mosquitos, sin hablar de las garrapatas, porque acá ninguna agencia turística ni ninguno de nosotros, es capaz de romper el mito del verano escandinavo confesándoles a los extranjeros que en el pasto hay garrapatas que se le suben a los humanos y transmiten la Borrelia, una enfermedad que te termina hinchando el cerebro causando alucinaciones, deteriorando el lenguaje, además de la parálisis facial. De cómo siguieron esas historias hay varias nebulosas. Mariana le dejaba de todo a estos trogloditas. ¿Y esta mal que lo diga? Sí, ya, la inmigración en Suecia ahora, Dinamarca cerrando sus puertas a los refugiados. Yo me dedicaba a estudiar y los observaba, no sé si temeroso o intrigado. Después nos fuimos haciendo amigos del vicio.

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Castillo lavaba platos, compraba pinturas y pinceles. Maruri se compraba camisas y zapatos, bien puto había salido. Cada vez que podía salía al sol, se le había pegado la desesperación local. Agarraban algo ahí de la biblioteca de Maruri, que de tanto cambiarse de casa terminó guardando sus libros en la casa de su hermano, donde llegaba El Vikingo a hacer unas movidas, mientras las cajas subían y bajaban de nivel. Un día después de años, llegué a saber que Maruri creía que yo me robaba sus libros. ¡Qué iba a leer yo a Neruda y Cortázar en español! Digamos, sí hice un curso de literatura iberoamericana un tiempo en Stockholms Universitet, pero no tanto como para leer sus libros sin haber vivido en ningún país de habla hispana, aún no estaba en ello.

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Era su hermano el que prestaba los libros a los presos chilenos de las cárceles escandinavas, ese porcentaje tan alto que cada Embajador se alegra secretamente en bajar por el bien de la imagen de un país tan lejano como desconocido. De todos modos, Suecia algo tiene de parecido con Chile. Los dos son largos, solo que uno es largo y gordo, y el otro largo y flaco. Bueno, da igual, no hablaré ahora de las recurrentes comparaciones geopolíticas de conversaciones de aburridos trabajadores culturales. Yo lo tenía todo para tener veintitantos: un contrato de arriendo en Söder, un fondo a la escritura y una columna en Dagens Nyheter, pero algo en mí ardía cuando veía a estos dos ilegales partiendo a Oslo, al Festival de Poesía Experimental de Noruega en una Volkswagen Konvi llena de pizzas auspiciados por Le Pallet, la pizzería donde Castillo dormía y comía a cambio de charlas artísticas con Nassim su dueño, un judío israelita a quien él había convencido y transformado en su productor.

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Yo había ido el año pasado y sabía lo que les venía. Performance, poesía experimental, arte sonoro y chicas expectantes de cualquier interacción exótica. Todo lo que eran los 80’s. Les tenía que haber ayudado mi crítica de Södra Korset – Cruz del Sur Jag är blind, Doktor Navarro, Jag är blindEstoy ciega, Doctor Navarro, estoy ciega. Había ido a esa muestra ya conociendo a Mariana y aunque yo ya había hablado con ellos, era algo reticente a escribir cualquier cosa. Los artistas digamos, son tal vez lo últimos en entender su obra a cabalidad. Yo preferí descubrirlos sólo, como si alumbrara, aunque fuera con encendedor, algo en el escurridizo territorio de la radicalidad y apartado de los aduladores. Era y es un acto delicado el escribir sobre artistas nuevos. Es una situación frágil, que puede acabar con un proceso discursivo si los inflas mucho de la nada, como lo es ganarse el León de Oro en carrera temprana, condenado a vivir de la reproducción y la mercantilización del fetiche de tu arte, la ilusión de libertad.

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Ese día yo me esperaba una manifestación política tipo ¡Chile, Chile Solidaritet! ¡Chile, Chile ut med Pinochet!, con un ballet folclórico con ocarinas y zampoñas al estilo El Cóndor Pasa. En cambio, me encontré con una exposición que tenía a sus paisanos rascándose la cabeza algo contrariados, confundidos por decir lo menos. Recordé que Felipe Maruri con Mauricio Jalil habían expuesto antes Chile Nu – Chile Ahora, (la primera vez que unos chilenos llegaban a Kulturhuset) y ya me había parecido que algo se iba desprendiendo con el contraste cromático de Maruri; el Chile que sigue funcionando, familias de pescadores tomando el té mientras cuelgan las sábanas al sol y los blancos-negros de las manifestaciones estudiantiles documentadas por Jalil. Lo criticaron bastante a Maruri, pero eso ya era un antecedente de otro tipo. Dejaba el panfleto que tanto había visto en las exposiciones que casi obligado me llevaba Mariana, y que en casos extremos, incluso llenaba los bolsillos de hechizos partidos políticos chilenos que se adueñaban de los créditos de los artistas para sacar dineros suecos. Esto era bastante diferente, con Södra Korset – Cruz del Sur, el arte de estos pelafustanes comenzaba a despegar hacia el arte contemporáneo, a otra manera de entender la política como solía repetir Castillo después de exhalar en largas bocanadas el humo de sus Lucky Stricke. Me lavé las manos. Volví a la mesa y seguimos hablando. Andaban de buen humor. Pero yo seguía en una suerte de nubarrón, como si mi último viaje hubiese exacerbado esa distancia sideral con la que vivía. Claro que me afecta como a todos que venga el otoño, si éstos dos generalmente se van a sus tierras con la excusa de tener que trabajar o ver a sus familias.

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Pero volviendo al asunto, yo a esas alturas ya estaba completamente asimilado con una nueva comunidad y no lo veía como nada problemático. Vivía en dos países estando en uno, encarnaba la transversalidad desquiciante de un bilingüismo incipiente. A finales de los 80’s las cosas empezaron a ir bien, Castillo lograba cierto renombre en la escena local y Maruri ya había sacado la residencia permanente después de responder correctamente cuál era el color del cepillo de dientes de Lena ante el funcionario de inmigración. Las fiestas también habían cambiado de barrio y de pelo, comenzaba a llegar gente con aspiraciones intelectuales, del tipo de los que andan con un libro de La Sociètè du Spectacle debajo del brazo, todo lo que es el vulgo artístico sueco, la mayoría hijos de clase media que pasan cinco años como príncipes en sendos talleres con vista al archipiélago de la Real Academia de Arte, con sicólogos y masajistas a disposición. Allí en esa isla de las ideas donde dilatan sus fantasías, sin saber que al salir, la mayoría terminará trabajando de choferes de buses y metro, o que repartirán cartas por tiempo indefinido hasta decidir si tendrán o no descendencia. Debo admitir que dudé en algún momento, pensé que a estos se los comería ese afán aspiracional que ocasionalmente se detecta en los inmigrantes, esas ganas de “ser alguien”. Agarrarse de una niña bien, sentar cabeza y cambiarse el apellido por algo que les fuera impronunciable.

Castillo-Maruri-Garlaschi Stockholm 020 Vi mis vacilaciones hacerse polvo apenas los vi llegar en una senda limusina acompañados de mujeres de falda corta escoltados por El Vikingo: El Rey de la Noche y de la merca. ¡Toma rata! dijo El Vikingo (olvidé decir que era chileno) y le entregó a Castillo un paquete de su mejor producción. Incansables. Nadie entendía nada, nadie se atrevió a decir ¡Que raro!, si no decían ¡Qué interesante!, y los niños bien se volvieron para comenzar a mirar a estos dos con respeto y temor, como el fruto deforme de los seguimientos del Gobierno de Suecia al experimento político sudamericano, como si no entender su idioma pudiera guardar una amenaza y eso les atrajera como el vértigo. No puedo olvidar el ruido. Hoy por hoy, la gente suele ir a conciertos y fiestas con tapones de silicona, un negativo de pequeñas esculturas de condones para Puddles. 1, 2, 3, 4, me conté las canas ese verano. Ese sería el primer año en el que compraría mi desodorante preferido Paco Rabbane verde, no ediciones doradas ni azules que huelen a las baratijas tipo Old Spice. Yo me mantuve. Les perdí la pista para escuchar en una inauguración en Whitney Museum de la boca del mismísimo ex-Embajador de Suecia en Argentina en 1999, que a la 1ra Bienal de Buenos Aires en el Museo Nacional de Bellas Artes había llegado representando a Suecia un latino de chaqueta manchada, entero de negro, diciendo que a Borges nunca le dieron el Nobel por la reunión secreta que tuvo con Pinochet y el poema en que decía que Chile era una gran espada. Entonces supe que la expansión de Castillo había traspasado continentes. Desde la fecha, comenzaron a llegarme las pequeñas invitaciones desde los países más remotos que Castillo me mandaba a mí y a varios, como si nos obligara a coleccionar un álbum, y cada vez que me llegaban, yo contaba más canas y pagaba más impuestos.

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Carolina llegó con su pebre, pidió disculpas por llegar con retraso. Abrimos otro vino y en el último corcho pude ver a Mariana. “Todos los exilios son diferentes” me dijo mientras picaba una cebolla y reservaba el aj. “Jag menar – O sea el de Berlín, Londres, Paris no tienen nada que ver con el exilio sueco” y su melena negra parecía amplificar el constante reloj justiciero del taqueteo de su cuchillo en la madera. Era una de las tres despedidas de Maruri que sin saberlo se volvería a subir a limusinas. En el 2004 Maruri entró al país de las cacofonías de la mano de Marito Salazar, fotógrafo de modas, a la crème dela crème y las alfombras rojas del jet-set Chileno. Como si se hubiese demorado dos años en pensarlo. Ya en su bienvenida y con el zumbido de la licuadora de fondo replicaría “Perdóname, pero tampoco hay un solo Chile, Marita, en un día yo podía pasar de un Chile a otro. De Limonares donde mi hermano a Santiago. Mucha plata, mucha plata.” Y yo dije “¿Saben por qué los osos polares no comen pingüinos? Porque los osos polares viven en el Polo Norte y los pingüinos en el Polo Sur”. Me miraron diciendo “¡Hasta cuando la fomedad, Lars!” y yo intentado superar los intensos celos que me producía el ver sus existencias vividas desde la pasión, comenzaría a decir: “¡Suecia, hasta cuando la autocensura!”.

 

Lars Brännegård, Febrero 2016.