Tal vez es que nuestra exquisita vulnerabilidad quiere estar siempre disfrazada; no querer reconocerse en los sentimientos o ideologías que hacen circular la sangre. Estar siempre dispuesto a esconderse bajo una muy estudiada racionalidad.

Javier González Pesce en uno de sus últimos trabajos del 2014 se desposee de esto y se sumerge en la exploración del amor, donde a través de su imaginería romántica y una metodología destructiva despliega “El ser tan bella no te da derecho a destruir”.

Esta muestra exhibida en el Museo de Artes Visuales, después de obtener el primer lugar en el VII Concurso Arte Joven MAVI-Minera Escondida, es levantada desde una de las temáticas menos recurrentes en el arte, donde el amor pareciera tener poco protagonismo en el devenir del hombre y el mundo y temas más coyunturales de los paradigmas socio-culturales son los que en su mayoría han establecido las directrices en el arte contemporáneo.

El surgimiento de esta obra y como se relaciona con el tópico del amor no se dio sin un cuestionamiento, tanto de la disciplina como la del trabajo mismo de Javier, y ciertas críticas y fricciones que el artista venía manifestando desde su formación académica. La casa de estudios donde se formó, el ARCIS, de cierta manera –o varias- caló en la ideología que se manifestaba en sus primeros trabajos. La sugerencia por hacer declaraciones políticas a través de la obra y los materiales formaban una unidad de casi obligación gravitacional para y dentro de la sociedad.

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El contexto político y social de cierta sección de la historia del país sin duda que fue extremadamente propicio para generar arte político y todo un círculo que dialogaba en torno a éste y los conflictos que se vivían, buscando evidenciar y dar cuenta de aquel momento, y así el grupo de avanzada del arte chileno  como el colectivo C.A.D.A. inspiraba para seguir las directrices de un arte político.

“Estaban pasando muchas cosas. El ambiente social y político de los ´70s y ‘80s demandó una mirada crítica por parte de los artistas lo que generó un movimiento cultural muy atento a la situación del país. Ahora bien, cuando yo empecé a estudiar, era muy ignorante y no conocía estos antecedentes artísticos locales, me metí a estudiar arte por razones muy superficiales como por ejemplo que era bueno para el dibujo, nunca me había planteado hacer arte político, no fue hasta que estuve en la universidad que me fascinó esa posibilidad comprometida y social del arte”.

Pero esta inquietud netamente política se fue modificando al sentir que no existía en él una vocación de ser portador de un mensaje, a diferencia de artistas de su generación anterior o incluso la de él mismo, que aún prefieren resguardarse en esta “hiper intelectualidad filosofante” del arte. O incluso yendo más allá, no solo es el interés por correr en otra carretera, sino que referenciando al artista Mark Manders, el no deseo de hacer arte político está dado en cuanto a que éste depende de un estado de las cosas. Si la manera en que se están sucediendo las cosas en un determinado momento cambia, se hace necesario repensar el arte que viene desde ese lugar, que a veces puede ser muy obvio.

“El trabajo de Santiago Sierra es interesante en la medida que administra cuestiones de orden social y político en una estructura formal que es artística. Cuando bloquea una avenida en Ciudad de México ocupando un camión por ejemplo, está haciendo una operación que es muy subversiva, pero a través de una observación geométrica tremendamente astuta. En el arte que se me hace interesante siempre conviven las astucias formales (o artísticas) con los compromisos conceptuales, generando complicidades poéticas o subversivas y artísticas”.

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El arte en este sentido sirve para abrir un punto ciego de la inteligencia, un espacio abierto que se adviene como un “claro” en términos de Heidegger, donde cierta forma de organizar los materiales y la información podría ser muy sorprendente y haría posible presenciar el mundo que presenta y se re-presenta en la obra.

Así, la administración formal de ciertos contenidos fue ocupando la estructura desde la que Javier González proyecta cada uno de sus trabajos y la organización pasó a ser fundamental en ellos. Esto no quiere decir en absoluto que sean carentes de un mensaje:

“Sin duda que mientras el arte sea honesto tendrá su vocación política no expresamente declarada. El arte es un medio de producción que comunica de maneras muy particulares, la abstracción o el arte más literal contienen mensajes, y es en esta lógica que destaco la honestidad. Si el artista establece un contacto comprometido con su entorno, es muy probable que esté así también transmitiendo en su trabajo una reflexión respecto de éste, lo que es en sí un acto político. El contexto genera sujetos.”

El mensaje que viaja en las piezas del artista se darían desde la visualidad; con el desplazamiento de una información latente y síntomas que son huellas de las temáticas tratadas.

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El pensar desde dónde se levanta la obra, es esa diferencia mínima : la “posibilidad política”, cuando se parte pensando política o artísticamente. Sin duda que lo político para Javier nunca desaparecería, quedaría sonando en ese espacio de la indeterminación propia, aconteciendo de manera natural en la medida en que el trabajo está bien articulado. Y es sobre esta articulación de los elementos e información sobre los que él trabaja. Sus problemas atienden a la formalidad, donde si se procediera a un desmenuzamiento, su trabajo son meras relaciones dentro de una estructura:

“Mi trabajo siempre ha sido en torno a la administración de este problema formal. Para mi los principales problemas de mi producción son estructurales, los que me abren un espacio que se puede rentabilizar también en términos de significación, ahí es donde aparecen las temáticas. De alguna manera uso mis descubrimientos formales como soporte o estructura para sostener problemas de orden conceptual. Pero ambas cosas se pueden separar por completo hasta que se convierten en obra”.

El límite conceptual es puesto en crisis, donde la operación entre la estructura externa e interna de la pieza proyectada es la que cataliza cierto discurso y que tiene un determinado comportamiento interior.

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Cuando Javier gana el primer lugar del concurso y se empieza así a gestar “El ser tan bella no te da derecho a destruir”, el fantasma de la “vocación intelectual” del arte se transformó en una especie de rebeldía frente a su cierta sofisticación y depuración, y se aparece el amor como concepto sobre el cual trabajaría la muestra, que además era el tema de la obra con la que gana el concurso. El amor no es un tema tonto en palabras del artista, pero sí bastante inexplorado y experimentado desde la disciplina. Y son los cantantes románticos italianos de los ’70 y ‘80s quienes se convertirían en los referentes en este proceso, ya que ni la filosofía tradicional ni el curso de filosofía del amor por internet responderían a la información con la que Javier deseaba contar para alzar la exhibición.

La dinámica de las relaciones humanas como estructura llamaron su atención, esa dialéctica en la que se dan:

“Tengo muchos amigos que les gusta que les hable del amor y que les aconseje. Creo que soy bueno para entender las relaciones humanas. Capaz que no, pero me gusta escuchar, y parece que digo cosas que a los otros les caen bien, o les hacen sentido”.

Pero es la violenta imaginería del amor sobre la cual el problema formal y la administración de contenidos despliegan el planteamiento estructural de las piezas desarrolladas. El desamor pasa a ser el motor, y la destrucción su mecánica.

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Teniendo el MAVI a completa disposición, esta producción de obra no parecía ser fácil. Javier no contaba con muchos días destinados al montaje y en sus visitas al espacio de exhibición, se dedicaba a medirlo. El proceso de conceptualización fue sorprendentemente rápido: solo una noche, partiendo desde su primer requerimiento personal que era conectar los dos pisos del Museo. Fue una jornada de alerta y epifanías creativas, donde una vez más el problema estructural fue la primera materia con la que construye “El ser tan bella no te da derecho a destruir”. Javier ya había desarrollado algunas propuestas en base a esta cuestión formal y las retomó para sumarlas en esa noche. Las estructuras fueron pensadas y se le instaló así el tema con el que Javier ya tenía claro que quería trabajar.

La preproducción entonces no significó horas de dedicación, siendo el propio montaje el que demandaba más tiempo, al construirse muchas de las piezas ahí mismo.

Algunas de ellas operaban desde problemas escultóricos que se repiten y manifiestan a menudo. Un cuerpo o unidad no necesariamente tiene que comportarse de manera equivalente a sí misma todo el tiempo, las analogías mórficas administran esta apariencia de las cosas y los símbolos que conviven en dicho cuerpo. Y es que la percepción del mundo puede ser bastante amorfa en un principio:

“La forma de las cosas, en cuanto a materia y estructura, es muy distinta a la de la experiencia, y después con el tiempo y el criterio de la razón se encajan a una lógica. La humanidad en el fondo lo que ha hecho es inventar un tratado para entender la realidad. Acudo a la posibilidad de la locura, de no enganchar con ese tratado, e inventar otros tratados para las percepciones, la realidad y los sentidos”.

La muestra es articulada por diferentes piezas que actúan desde el diálogo estructural y esta administración de la forma y contenido que inquietan y nutren el trabajo de Javier Gónzalez Pesce. Muchas de ellas operan además desde la destrucción, tanto en el momento mismo –las cuales van generando residuos de material que van acumulándose – como las que van perdiendo su materia y forma gradualmente.

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La pieza “B.E.” (cabe mencionar que cada una de ellas, lleva las iniciales de las personas más importantes en la historia amorosa y personal del artista) representa muy bien el fenómeno del amor. Esa violencia sútil y desgastante, y el extraño egoísmo con que Platón describe al amor en “El Fedón”.

Una serie de papeles metálicos son expuestos a un foco de 1000 watts, el cual va destiñendo y desgastando la materialidad, tal cual lenta tortura.

“R.B.” también se inscribe dentro de las piezas destacadas de la muestra, donde el diálogo de sus elementos analoga como las relaciones se desgastan, y demuestra como en la medida de la cercanía es posible un mayor daño. Un globo con forma de corazón inflado con helio está amarrado y suspendido sobre un cactus. Pasada las 8 horas el helio pierde su efecto y cae sobre las espinas del cactus.

Y sin duda que una de las secciones más poderosas es “C.V.”, donde en primer lugar, se cumple el deseo del artista de conectar los dos niveles del espacio del MAVI. Fue construida simulando una habitación de pareja, lo más normal y cotidiana posible, siendo completado el espacio por piezas escultóricas que recuerdan las figuras romanas. Sobre esta habitación pendía un sistema de cuerdas con piedras que al tener un determinado movimiento, iban golpeando y rompiendo las esculturas. Con esto, no solo se aludía al daño que dos personas pueden provocarse dentro de una relación, sino también a como estos residuos de destrucción pueden acumularse en la dinámica y el espacio.

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“El ser tan bella no te da derecho a destruir” reunía una serie de otras piezas que se establecían desde esta vinculación entre dos partes y su comunicación.

Esta manera de pensar y proyectar en Javier no obedece a un momento específico dado, ya que si bien las ideas son más o menos momentáneas, el proceso de pensar y digerir estas ideas se torna más largo y se va fundando con el proceso reflexivo en el arte. Por esto es que la obra de Javier González Pesce se evidencia como una supra estructura desde la vinculación de este arte, que es siempre largo en el tiempo.