Había quedado con Cristian Cojanu, coordinador de la Galería H´art, en Bucarest, para que me enseñara obras de algunos artistas rumanos. “Espera, voy a saludar al más famoso”, me dijo. Se acercó a un parque que está frente al edificio en el que se ubica la galería y entabló conversación con unos vagabundos. Al rato, Cristian vuelve y me lleva al banco en el que están sentados los homeless. “Te presento a Ion”. El vagabundo, sin mirarme, traducido por el galerista, me contó varias batallitas, como que era amigo de Angelina Jolie, que la había conocido en París, que era director de cine, o que era un gran artista. Iba con zapatillas de andar por casa (y no creo que tuviera casa), con un abrigo sucio que cubría una camisa aún más sucia, y hablaba a trompicones mientras jugaba con el tapón de una botella –de contenido misterioso-. Todo era un gran collage; el galerista, la botella, el vagabundo…cada elemento parecía estar recortado sobre ese lúgubre parque de Bucarest. Yo estaba encontrando muy divertida la conversación. Ion, al comprobar que, en lugar de irme, le seguía preguntando cosas, por fin alzó su mirada, unos ojos tristes sepultados entre las hinchadas ojeras y párpados, y me dijo: “Cuando Peter O´toole y Richard Burton bebían, el cielo de Londres les sonreía. Cuando yo y mis amigos vagabundos bebemos, el cielo de Bucarest se oscurece”. Y él se convirtió en una zarza en llamas, y yo en un pastor sin ovejas.

El artista vagabundo

Aún medio idiota, tanto por las palabras del vagabundo como por el aroma que las envolvía, subí a la galería de arte. Allí Cristian me enseñó las creaciones de Ion. Collages que iban fechados desde los 70’s y 80’s, hasta creaciones actuales. Parodiaban personajes de las revistas de cotilleo y políticos. Sobre todo al dictador rumano Nicolae Ceaucescu. Frente a aquellas obras me di cuenta de que efectivamente aquel vagabundo era –es- un artista reconocido, y de que su obra debería estar –debe estar- en la historia del arte contemporáneo.

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Ion Barladeanu nació en Zapodeni en 1946, pero pronto supo que su sitio era la capital, Bucarest. En los 70’s se ganaba la vida encargándose de labores que nadie quería atender, lo que le daba para vivir dignamente (todo lo dignamente que se podía vivir en aquella Rumania, la del toque de queda y la falta de libertades), bajo techo. Durante esos años realizó trabajos de todo tipo, como carpintero, estibador en el puerto de Constanza, vigilante de seguridad, o como enterrador sin permiso, lo que lo llevó a ser detenido y encarcelado. Y en sus ratos libres, Barladeanu dibujó (en un estilo cercano al de George Grosz) y compuso cientos de collages, algunos absurdos, otros surrealistas con elementos autobiográficos, referenciando al alcohol, el tabaco, a la lucha de clases, a los mass media, la ficción versus realidad, a los avances tecnológicos frente al atraso del régimen, o divertidas metáforas sexuales…configurando una historia ácida, la cara “b” de la oficial. Barladeanu se considera a sí mismo un director de cine; no creando obras bidimensionales, sino escenas cinematográficas. Aporta otra capa de significado el hecho de que trabajara con lo que la gente tiraba a la basura.

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En muchos de los collages (que por miedo a las represalias mantuvo ocultos en maletas) el artista se recrea burlándose del dictador rumano, exponiéndolo con las palmas de las manos ensangrentadas, o a punto de recibir un tiro en la sien por parte de un militar. Y eso fue lo que finalmente sucedió en 1989, tras un televisado y grotesco juicio en el que se condenó a Ceaucescu y a su mujer a un urgente fusilamiento. Lo que desconocía Barladeanu era que el fin del comunismo y la llegada del capitalismo traerían consigo la aparición de un nuevo ejército, de vagabundos, y que él sería el primero en alistarse. Iría armado hasta los dientes (el tiempo que le duraron) con botellas de palinka.

El país vagabundo

Cuando preguntas porqué Rumania es uno de los países más pobres de Europa la respuesta es unánime; Ceaucescu. Él y su aislamiento de todos, de los aliados occidentales y de la U.R.R.S., lo que condenó a la nación a ser un vagabundo sin trinchera durante la Guerra Fría. Pero esa explicación es incompleta. Hay que escarbar más para localizar las raíces de la miseria, tanto en la época de principios de siglo, con un país dirigido por una aristocracia reticente a aplicar los avances de la Revolución Industrial, como en las posteriores trifulcas territoriales (Hungría, Bulgaria, la U.R.R.S., etc…). La imposición del régimen dictatorial tan sólo agravo una ya maltrecha situación. El comunismo finalizó en Rumania a balazos, y el capitalismo arreció como un oso pegando zarpazos. Con el nuevo sistema económico continuó la antigua corrupción política, el trabajo arcaico en el campo, y aparecieron las desigualdades sociales y los vagabundos.

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En la actualidad, gran parte de la población trabaja en el extranjero. El sueldo mínimo medio es de 218 euros al mes, una miseria comparados con los 800 o 900 que pueden ganar en la construcción en otro país. Tres millones de rumanos viven fuera, sobre todo en Italia y España (donde hoy lo hacen unos 900.000). No sé si se entienden las dimensiones. Pondré un ejemplo; si te encuentras leyendo esto en Castellón, dentro de una sólida y confortable nueva casa, delante de una ensalada con aceitunas, piensas que la casa ha sido construida por rumanos y las verduras de tu plato recolectadas por rumanos. Pero como decíamos, también hay los que se quedan en su país.

Y como decíamos Barladeanu sustituyó una pasión, el arte, por otra, el alcohol. Se pasó casi veinte años bebiendo, viviendo en el basurero de un bloque de edificios, sin crear ni un solo collage, hasta que en el 2007 lo encontró Dan Popescu, director de la citada Galería H´Art. Lo puso a trabajar, firmando sus obras anteriores, creando otras nuevas, e incluso realizando incursiones en el video-arte.

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La fábula está muy bien contada en el documental “The world according to Ion B.” (Alexander Nanau, 2010). En él podemos ver a un Ion muy nervioso, pintando de negro sus zapatos minutos antes de su primera inauguración de una exposición con sus collages, y más tranquilo, durante la muestra, firmando autógrafos a los jóvenes hipsters que acudieron al Opening. Hay momentos delirantes, como cuando Ion le pregunta a Dan Popescu, tras leer un periódico que le describe como el padre del Pop Art, que qué es eso del Pop Art y quién es ese tal Andy Warhol. Todo te da mucho qué pensar. La teoría de los artistas pioneros, de las contaminaciones culturales, de las propiedades nacionales de ismos, del elitismo del mundo del arte, del valor de la obra. Y también cuál es el papel de Dan Popescu y de su galería, que, como sabemos, no son ONG´s. Lo cierto es que la galería le paga desde el 2008 la renta de un estudio en el sótano del mismo edificio –que Ion apenas habita, aunque esa propiedad impide que se le pueda seguir calificando como artista vagabundo-, una dentadura nueva, y le pasa un cantidad de dinero variable. A cambio; beneficios económicos gracias a los posibles ventas de los collage en las ferias de arte internacionales.

La galería vagabunda

Dan Popescu llevó a Ion Barladeanu a la feria Art Basel, y también le ayudó a organizar una exposición en París. Allí, un exultante Ion, conoció a Angelina Jolie, quien además de adquirir obra suya, comió con él. Existe una foto del artista vagabundo con Jolie, en la que se los ve riendo como dos camaradas comunistas en la Guerra Fría y mirando algo en un móvil, quizás una foto de Ronald Reagan. Esa imagen contrasta con lo que me contó sobre la actriz cuando lo conocí en el parque; “Oh, y estuve con Angelina Jolie, pero la dije, ey, Angelina, no quiero hablar con amas de casa, a quien quiero conocer es a Johnny Deep”. Que Ion calce polainas por la calle no le impide ser un poco fanfarrón.

Las obras de Barladeanu no volverán a ser vistas en ferias de arte. Dan Popescu, cansado del aspecto social y comercial de las ferias, abandonó su stand en la Feria de Volta del 2012. Dejó un mensaje escrito en la pared; “El arte no está en crisis, el arte es crisis, y no volveré a estar más supermercados”. La directora de la feria le llamó y le preguntó; “¿Debería gustarme esa frase?”. Dan contestó que por supuesto. Desde entonces su galería tiene vetada la entrada en ferias de arte.

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El secreto de Ion

Tras descubrir de casualidad a este Ion Barladeanu, y después de ver sus trabajos, volví al parque para seguir hablando con él. Me di cuenta de cómo adquiere su materia prima; los vecinos le traen revistas para que las recorte con sus tijeras y dirija otra secuencia más, pegando las figuras con Pelicanol (“el pegamento comunista”, como él lo llama). El artista estaba acompañado por una bolsa llena de ellos, mirándolos, estudiándolos, compatibilizando su labor artística-antropológica, con su humilde día a día, interrumpido por la ocasional presencia de seguidores, fans y artistas admiradores. Ion me volvió a hablar con ese tono tan bíblico que adquieren los borrachos terminales; “te voy a contar mi secreto”. Pensé que me iba a contar que los collage eran robados, que conocía todos –todos– los tatuajes de Angelina Jolie, o que realmente era un socialista millonario. Pero no. “Cuando viene una chica a preguntarme por mi arte, la digo que me acompañe, que la voy a contar un secreto. Entonces la llevo a una botillería y le digo que me compre alguna cerveza”. Y entonces desenterró de nuevo su mirada, y yo callé, y juré no desvelar jamás el secreto de Ion Barladeanu.