Hay objetos y materiales que al rodearnos día a día y al ser usados en las tareas y acciones más automatizadas, van perdiendo su presencia significativa, y pasan a ser cubiertos por el velo de la nimiedad. En cierto período, la producción artística deseaba tomar y filtrar lo tangible bajo el criterio de lo más sublime, que permitiría respaldar una existencia que no tiene muy clara su vocación.

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Lo sublime dejó de dar abasto ante las crisis, y la apropiación de elementos absurdamente cotidianos desplazados de su tarea original fue inevitable.

Lo que por lo menos hasta ahora no ha cambiado, y parece que seguirá siendo de esta manera por un buen par de períodos más, es que una pieza de arte es una proyección de un mundo, de un contexto; la biografía de algo, alguien, algún. Lugares, fenómenos, sistemas.

“Extinción de Dominio” es la última exhibición del artista mexicano en kurimanzutto, para la cual durante más de dos años el artista fue adquiriendo en subastas públicas, objetos incautados al crimen organizado de México. Elementos que formaron un inventario que podría reflejar una situación del país.

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Estas provisiones no solamente fueron escogidas para ser resignificadas a través de una reubicación en el cubo blanco –casi cubo rojo en este caso-, o para ser redistribuidas de una manera ingeniosa y ganarse un punto a favor dentro de las genialidades del arte contemporáneo; sino que es un disposición de un aparataje de visibilidad para destapar lo que el sistema, conciente o inconcientemente, permite que siga existiendo. Estructuras oscuras que manejan solapadamente a autoridades, una sociedad e individuos que no tienen muchas más opciones que dejarlas ahí, en ese lugar invisible.

Por esto, es que Hernández se provee de la galería como un laboratorio de criminalística, donde aparece la fricción entre esa ilegalidad asignada por consenso a estos objetos y su inocencia desde el momento en que se les pone ahí y son apropiados por el artista, y por sobretodo, las capas simbólicas que se le van sumando o restando a cada uno de ellos.

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Es así, que cada una de las piezas re asigna y remueve una carga semiótica dada por los procesos mediante los cuales fueron adquiridos los objetos. Son reposicionados, ordenados y desprovistos.

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Se les devela, se les oculta. Tal cual como en Máscara, donde objetos varios enajenados y vendidos en subasta pública, han sido empotrados en un muro, o White Cube que encarna todo este dispositivo de visibilidad que aleja y separa al espectador, pero atrayéndolo desde el momento en que parece esconder algo que sería posible de ver entremedio de las rendijas. El lenguaje y las palabras también se advienen como elementos objetuales, donde collages son formados por distintos encabezados de diarios que son mezclados con imágenes, ensamblándose como piezas totalmente delirantes pero posibles.

“Extinción de Dominio” no solo pone al arte como un juzgador y evaluador del contexto, el territorio o una sociedad. Invierte el flujo y diagrama de significados, los condensa, los oculta, pero los devela. Es una consensuada armonía ilegal  donde todo es posible de ver y también de omitir.

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