Los procesos creativos de algunos artistas visuales en Chile, observados dentro de sus mismas exposiciones, han estado marcados por obras que solo pasan a configurar un grupo de objetos e imágenes, apareciendo limitadas a una idea que por lo general yace encapsulada en una museografía convencional. En la mayoría de los casos, esta convencionalidad no hace más que restarle fuerza a las propuestas. Por lo que al enfrentarme a este panorama, es imposible imaginar que un proyecto, con las mencionadas características, sea visible en otros espacios, en una que otra curaduría, o simplemente que las mismas piezas sean presentadas dentro de otras arquitecturas. Sin embargo, ante la parrilla programática de exposiciones de los últimos meses, las actuales propuestas de Mario Navarro que se desplazan entre lo irracional, lo esotérico y espiritista, van más allá del diseño de un espacio expositivo. Singularmente, Navarro en sus propuestas evoca la funcionalidad que debe tener una exposición como parte de un todo, un diagrama que no deja nada al azar.

Ante una enorme potencialidad estética y conceptual, el artista retoma los impulsos que han cimentado la visión de un país en donde la noción de modernidad y secularización han estado estrictamente relacionados a la práctica del espiritismo con el fin de esconder y relegar diferentes historias sobre el extenuante trabajo de conformación de una nación.

El ocultamiento, lo negado y el escepticismo, en su sentido más reivindicativo, interceptan el aspecto de estas propuestas como una pista clave a la hora de entender el sentido político y de resistencia que documenta el interés actual del artista por las ciencias ocultas. Entonces, al igual que el esoterismo más duro, las obras de Navarro deberían ser analizadas como ilusiones en cuanto a que pretenden ser comprendidas por una función cognitiva que persigue el lenguaje, la memoria y la percepción de los sentidos. Pero también estas obras pueden ser consideradas como creencias significativas que alteran la manufactura que hemos estudiado acerca de lo mítico y lo fugaz. Desde hace unos buenos años, el acento de nuestra cultura ha estado imbuida en aquellas creencias míticas que difunden las incertezas, que avizoran un futuro desconocido. Nada más acertado para situarnos en las sorpresas que nos deparan todas esas aleaciones que la misma construcción que el arte ha experimentado, y que cada vez pareciera ir más allá de lo que es lógico.

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Las relaciones entre arte y estados alterados de la razón, arte y espiritualidad, arte y ocultismo; y por cierto arte y mediúmnidad, ponen de manifiesto la necesidad de contar con más de una idea con la que podamos acercarnos a una postura frente a estos temas. En gran parte, la relación explícita entre ocultismo, esoterismo y práctica artística, nutren algo que tiene ver con aquellas ideas que salen a flote cuando los ideales dogmáticos de una religión ya no están presentes, por lo que aparecen otras ideas como factores reaccionarios. En este sentido el acercarnos a todo lo que rodea la superstición, puede ser entendido como una forma de crear una tendencia contestataria, opuesta a la cultura y a la religión; de ahí que recojamos ciertas simpatías que suscita, como por ejemplo, lo que ha sido revelado por una baraja de cartas. La práctica de esto busca inevitablemente que la verdad explícita y concreta tenga un valor parecido a lo “revelado” por el dogma religioso. Bajo este análisis, salta el argumento de que una exposición de arte contemporáneo también busca ser catalogada como una verdad explícita y concreta, pero que además va de la mano con una relación utópica que nos acerca a nuevos espacios para el conocimiento que por momentos el pensamiento lógico ha desterrado.

Ciertamente que las relaciones entre arte y el pensamiento de la sociedad persiguen con vehemencia revelar eso que hemos catalogado como desconocido y que colinda con lo que pretendemos descifrar de un futuro poco palpable. Por eso que aquí lo definido por el esoterismo, no pasa a ser un pasatiempo superficial, sino que es un tipo de “táctica” que fue impregnada en ciertos grupos que manejaron el poder político-social, y que habrían pretendido generar sus propios procedimientos para concentrar por un lado, su poderío y estatus social, y por el otro, el construir la historia. Una práctica sistemática capaz de cuestionar los modelos de secularización nacional e identitaria a lo largo y ancho del país. Ejemplos hay de sobra: chilenización, reconocimiento de los pueblos indígenas, reformas educacionales, entre otros.

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Ante estas premisas, las obras que están en esta propuesta de Navarro, configuradas desde dibujos, videos y maquetas, parecen descifrar asuntos que procuran alcanzar un imposible: re-leer las interpretaciones acerca del temperamento que aparece ante el origen de un Estado chileno. Ese temperamento que solo puede ser entendido a través de sus acciones más elocuentes y perspicaces. No obstante, las ideas que cruzan este vínculo sobrenatural, llegan a un punto en el cual somos capaces de redefinir la percepción y recepción de la realidad. De esta manera al indagar en aquello que percibimos como inexplicable, altera estas propuestas que han trazado desde su disposición formal, un singular desequilibrio entre creer y no creer, entre lo escondido y la verdad; y comprender radicalmente que la verdad no puede ser explicitada por las ciencias ocultas.

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Así como el arte y la poesía, las ciencias ocultas presentan indescifrables aspectos, algo a lo que no siempre tenemos acceso, por lo menos desde la razón. De ahí se produce en muchos casos, una pérdida de confianza sobre los efectos que provoca actualmente el estudio del esoterismo. Entonces es entre la heterogeneidad de los materiales expuestos y las ideas irracionales que aparecen bajo el ojo de Navarro que surgen peculiares estados de conciencia y algunas experiencias existenciales que suman revisiones a la historiografía contemporánea en torno a la relación esoterimos y Estado. Además, puede ser muy probable que los relatos que afloran desde este artista sean citados como una especie de proliferación hacia nuevos acercamientos y consideraciones sobre la crisis del pensamiento actual y el discurso de la civilización moderna versus su doctrina de progreso.

Es más, estas ideas nacidas desde una exposición, aplican un discurso multilateral que apela a una noción inmaterial que indudablemente se ajusta a lo que hoy entendemos como la conformación de este territorio. Territorios sobre los cuales transitan innumerables experiencias humanas, y donde se conservan datos de quienes construyeron los ideales de país que hoy estructuran un sentido chileno único e irrepetible. Es así como se marcan ciertas diferencias de los referentes que hemos estado acostumbrados a visualizar sobre aquella historia que ha sido empapada por lo esotérico, creando un entramado que dialoga constantemente con lo parasicológico. No obstante, son evidentes las relaciones específicas que la historia le concede al poder, una situación que no hace más que definir el papel que juega el poder cuando establece su acción tanto material como etérea.

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Navarro es escéptico al espiritismo, pero dentro de su obra también ha sido escéptico a las relaciones que ha mantenido la estructura política del país y que por algunos momentos lo ha llevado a re-plantear diversas interpretaciones que están amarradas a una identidad nacional, a estas alturas más que fracturada, y a las arbitrariedades que dejó enclavada la dictadura pinochetista. Por lo visto, es posible rescatar de este artista esa desconfianza que ha creado para profundizar en la práctica esotérica la que seguramente podría ser la base de un discurso político. Podríamos asimilar este discurso y las propuestas expositivas como un alegato que repite una historia de Chile plagada de cuestionamientos al valor simbólico de los actos humanos, una referencia muy cercana a lo que el campo del arte ha estado promulgando en los últimos años.

En ciertas ocasiones, los artistas apelan a la relación que concede el valor de la imagen, el orden político y la concepción del tiempo. El vínculo relacional entre éstas, tiene como objetivo dar por entendido cuales son las relaciones de poder. Entonces a través de la observación de este caso es posible percibir que ciertas esferas políticas avizoraron el trabajo paranormal, su visión y esquemas. Por eso cuando reflexiono sobre todos los componentes inmiscuidos en este proyecto, arbitrariamente los mezclo y puntualizo que son todos ellos, ante el rótulo del arte contemporáneo, los que han sido construidos para hacer frente a los procesos racionales, irracionales y manipulables que podemos ver en el presente.

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Como lo he mencionado anteriormente, la idea que se ha recogido, o la manera de inspirarse mediante el contacto con lo sobrenatural y con entidades extracorpóreas, no es sino un aspecto particular de la relación con la práctica artística. Lo que el artista hace es reflejar el modo en el que esta relación presenta el problema y de que estamos tratando con experiencias subjetivas, algo muy diferente a recibir información a través de fuentes sociales, literarias e históricas, que casi siempre inciden en la elaboración de una obra mediante la especulación estética personal.

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Normalmente el lugar que ha estado irradiando un estado alterado de conciencia, provoca una dimensión espiritual que parece irrumpir con una fuerza irresistible e inmediata en la propuesta de este artista. Con el objeto de clarificar este punto, también puede tomarse como referencia la paradigmática historia que por momentos llega a ser excéntrica frente a los emblemas que ha difundido la cultura visual a través de las masas y las redes sociales.

En definitiva, estas formas de visibilizar la reflexión de la práctica artística y, en el caso de Mario Navarro, instalar los principios de un pensamiento moderno capaz de provocar un orden social, político y religioso; y que por último se disuelve en contradicciones intangibles e incorpóreas, envolviéndonos en imágenes fugaces y simulacros de una realidad que está en constante relación con lo sobrenatural.