Hay ciertos conceptos que ya han pasado casi a ser parte de la institución postmoderna (transmoderna), ya sea porque efectivamente son capaces de caracterizar los tiempos actuales, o por un sobreuso. El simulacro es uno de ellos, y es que la puesta en escena de los modelos y los individuos, se empalma al mismo tiempo con una objetiva realidad propensa a la subjetividad.

Lejos de esta espectacularidad, es que Abraham Cruzvillegas (1968) ha desarrollado un trabajo sensato, inestable, coherente, y hasta torpe como él mismo lo define. No cree en el mesianismo de un mensaje a través del arte, pero sí mucha voluntad en el hacer y la voluntad de los otros.

Sin duda que el artista mexicano es uno de los más destacados exponentes de su país, donde junto a otros artistas de su generación como Damián Ortega, Dr. Lakra y Gabriel Kuri guiados por Gabriel Orozco, generaron un singular espacio de discusión y reflexión y al mismo tiempo de solidaridad, tal cual pensamiento heredero de sus propias experiencias en la sociedad mexicana. Solidaridad que los norteamericanos denominan “togetherness”, y que atraviesa las claves de su trabajo siendo materia prima en muchos de los proyectos en que ha participado.

Cruzvillegas es representado hoy por cuatro de las más importantes galerías en el mundo y el año pasado estuvo en la Tate Modern en Londres con la muestra “Empty Lot”.

Dentro del contexto de Espacios Revelados, Abraham fue invitado a recorrer las calles del Barrio Yungay (foco principal del proyecto) e ir improvisando y desplegando sus procesos de autoconstrucción, donde quienes registraron su andar tenían que seguir a toda velocidad sus rápidos movimientos. Ruta y ejecución de piezas amparadas bajo el trabajo y registro “Untitled non-productive activities” exhibido días después en uno de los espacios del evento.

De solidaridad, torpeza, inestabilidad, autoconstrucción y voluntad es que pudimos conversar con el artista a propósito de su visita y participación en las actividades del proyecto de intervención urbana.

Autobiografía no. Autoconstrucción sí

 A menudo se tiende a proyectar en las características del trabajo de un artista, su propia historia y traducción del mundo a través del arte desde su propia experiencia. Ocasionalmente hay algunos que así lo sostienen. Y es en este punto donde la reafirmación de la propia historia en lo visible, transformaría a la obra en un trabajo autobiográfico.

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Para Abraham Cruzvillegas su trabajo no pasa por manifestar su propia experiencia, aunque a simple vista si lo pareciera. La referencia a ésta se transformaría en lo que es su metodología, donde el contexto determina como se construye el discurso. Relato que tendría dos tipos de aproximaciones; una, la histórica, la del académico que viene dado por la necesidad de hacer aparecer algo que se conoce finalmente como “la verdad”, y otra manera, la que viene desde el concepto de genealogía. Para el artista mexicano desde acá es donde vendría el suyo.

“Me gusta más hablar de una genealogía, y ese concepto como tal tiene la suya propia; que tiene que ver con la locura, la enfermedad, la ortopedia, las fisuras, los intersticios, el error.”

Sin duda que el momento en que Abraham enuncia una pregunta acerca de cuál es su genealogía, lo lleva a indagar en sus raíces, convirtiéndose en un proceso crítico que lo lleva a ese territorio inestable por ser subjetivo. No es que el artista busque desprenderse de su historia y su contexto. Pero reconoce que no es el sustento de su obra. Es la materia prima así como otros tantos elementos; es la historia de su colonia, pero no la establece como una verdad para la forma que adquieren sus narrativas. Reconoce que no hay nada objetivo ni neutral en ellas, y es también el lugar donde se puede ver quién es, por qué y de donde viene.

“La historia es un concepto muy frágil y vulnerable. Toda esa información, con mi experiencia, vecinos y parientes, y la manera en que eso sucedió y adoptó una forma en el espacio, que vaya es una casa, pero también soy yo y mi obra. Eso tiene su genealogía y su relato, que es también inestable, subjetivo, contradictorio, torpe, ineficiente, delirante. Y todo ese conjunto visto en su contexto es solo materia prima. Mi obra no gira alrededor de mi biografía, el tema de mi obra no soy yo. Lo que me encuentro, sumado a mi propia genealogía, es lo que significa algo.”

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Es casi imposible no ver la historia de Cruzvillegas en cada una de sus obras; el relato de la región de Ajusco, donde cierto nivel de precariedad material no condecía con la exquisita enseñanza de sus padres. Es desde estas colonias de autoconstrucción, donde el artista mexicano tomó estos elementos referenciales y relacionales para más tarde construir la historia de su trabajo. Y por esto mismo, no le resta importancia a su origen, pero sabe que es solo materia prima, y tampoco intenta apelar a su biografía, incluso cuando parte de su obra da cuenta de cómo se formaron estas viviendas y del ingenio de sus habitantes que generan la autoconstrucción. Son ellos mismos, y con el más grande sentido de solidaridad, quienes no son solo capaces de levantar esta arquitectura tan particular y propia de determinados lugares (tipo de construcción que por cierto ha sido transversal en América Central y América Latina), sino que también dan sentido a la co-creación y ayuda, donde la solidaridad y el sentido de lo gregario han sido marcadores preponderantes en la obra del artista.

Marcadores visibles, pero no su base. Y así se ha construido su subjetividad, apuntando a la inestabilidad del contenido en las obras. Pero sabe que decidió no tomar el camino de visualidad desde sus orígenes, solo es parte del material. Es el aglutinante que es capaz de pegar la estructura completa y sus partes.

“No le resto importancia a mi origen, pero no es ni lo más importante ni lo más interesante. Pero sería muy estúpido de mi parte decir que yo no soy mexicano. Está en mi ADN y no puedo deshacerme de eso. Es parte del material, es el aglutinante sobre la estructura en la que yo transito y que me permite transportar la discusión de mi obra a cualquier lugar, y apropiarme un poco del contexto para decir un enunciado que antes no existía.”

Y como tal, este aglutinante no es el tema, es un pegamento, o incluso un andamio. Estructura por la cual el artista puede moverse, ya que es transportable, transparente, rearmable. Toma distintas formas cada vez, pero es eso, un andamio, y éste no es el tema de su obra.

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De la escala cromática que transita entre el goce estético y el discurso ante la institución

La tendencia a la dialéctica, frecuentemente pone al arte y sus procesos en la ya conocida dicotomía del arte como experiencia estética en cuando a solo modos de ver, y por otro lado, como un agente de traducción y transformación del mundo en sincronía al tiempo que correspondería en cada caso. Aunque para el artista mexicano tal dicotomía es muy reductiva, entiende que ayuda a caracterizar las posibilidades del arte. Desde el Renacimiento, habría una necesidad de que el arte se convierta en un prestador de servicios desde tres comportamientos esenciales. Uno como ornamento, luego ser un vehículo o medio de comunicación y transportador de mensajes, y por último y el más palpable en nuestros días, el ser una herramienta de transformación, que busca a través de determinadas acciones un potencial de cambio en la sociedad y las estructuras.

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Este tipo de arte relacional no necesariamente se expresa a través de las maneras más conocidas. Puede no ser percibido como tal, pudiendo tomar las formas y particularidades del activismo, el trabajo comunitario, centros culturales o comedores colectivos entre otros, y todas son posibles de ejecutar en su conjunción.

“Creo que ninguna excluye la otra; siento que hay obras magníficas de artistas que incluyen todas las opciones. Se puede generar un goce estético, entregar un mensaje, y además ser agentes de transformación social. Pero no creo que ninguna deba responder a esa necesidad de que el arte se un prestador de servicios”

 Es así que Abraham cree que hay muchas opciones en el arte y sus modos de expresión, de ahí que crea y haya implementado en sus procesos una propia y amplia escala de colores.

Y sin duda que por sobretodo, el arte es una herramienta de aprendizaje. Y sin ningún pudor reconoce que el arte le sirve para el suyo propio.

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En cuanto a la pauta del arte en tanto experiencia y goce, sin ningún recato también, dice no intentar satisfacer estéticamente a nadie. Ni tampoco entregar un mensaje, ni transformar la sociedad a través de su quehacer.

“Creo en la posible transformación de la sociedad, en la comunicación como una voluntad, y creo también en el goce estético. Porque yo disfruto mucho eso, pero no me interesa que la gente goce las mías. Yo busco aprender.”

La paradoja de la voluntad de comunicar

La idea de comunicar sería una construcción mítica, donde él cree que como tal, es solo voluntad. Al mismo tiempo que se lleva a cabo el acto de comunicación por medio del lenguaje, se desmorona por causa de éste mismo. Se pretende que se está ejecutando, pero efectivamente no sucede. Y esto tiene que ver con el infinito desfase lingüístico. Cada nueva palabra y sentencia materializada a través del lenguaje, es posible de ser destruida y resignificada por cada nueva idea expresada; además del lazo continuamente perdido entre la palabra como tal y su consecuente idea mental.

La realidad de cierto modo se conceptualiza bajo el lenguaje, y en este sentido es que siempre hay una intención y necesidad de comunicarnos. Esta relación tiene que ver con la memoria, la experiencia, el campo cognitivo, el movimiento corporal, las conexiones en el cerebro, entre muchas cosas más. Y la manera arbitraria en que se asignan ideas a las palabras o grafemas, está para Cruzvillegas atravesada siempre por una subjetividad muy plena.

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El espacio en común de la comunicación, ese ruta entre las ideas, es difuso y ambivalente. Hay dos partes que quieren llevar a cabo la acción, existe esa voluntad. Pero la decodificación de un mensaje, puede ser equivocada o desplazada por un entendimiento otro, dado por la propia experiencia de cada uno de los participantes del acto.

“No digo que sea una puesta en escena, aunque pueda convertirse en ello. Pero en términos del arte, no es posible para mí generar un proyecto de arte que comunique. Probablemente tenga una intención comunicativa, una voluntad otra vez de comunidad, de estar juntos. Es también una afirmación personal de lo que yo deseo, de lo que quiero como artista, como individuo, como ciudadano, como ente político. En ese mismo momento me estoy contradiciendo. El lenguaje es así.”

Contradicción base para que el artista piense que la caricatura del arte como vehículo comunicativo no sirve. De esta manera, intencionadamente, no desea comunicar a través su obra. Al contrario la vuelve inestable y volátil, tanto conceptual como físicamente. Y es a ese terreno de conciliación donde él quiere llevar la obra, a ese sedimento entre la idea y lo concreto.

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No hay un significado o mensaje detrás de esta inestabilidad, lo que el espectador quiera entender estaría bien. Lo que cada uno desee ver, funcionaría en el trabajo desarrollado por Abraham, quien acepta y agradece tal interpretación tendenciosa o azarosa por cada uno de nosotros. Pero no por eso se desprende de la responsabilidad que supone instalar una declaración en el espacio público, solamente que no habría margen de error en la interpretación de los espectadores. De ahí que difiera con los artistas que creen en las posibles interpretaciones erradas de su trabajo, tal cual obra cerrada.

En ese tipo de trabajo, para él existiría un elemento autoritario y represivo, que desde el principio no da cabida a este libre entendimiento según las propias expectativas y experiencia de la audiencia. Aunque una parte de ésta se esté sometiendo al paternalismo del sistema y no genera la exigencia de huellas y símbolos para la propia interpretación. Y es que se ha ido construyendo bajo el amparo de la propia institución del arte, donde la comodidad ha sido un claro efecto; está ávido de estar frente a obras cerradas, donde el significado esté absolutamente dispuesto e inmóvil.

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Independientemente de si algo es concebido como arte o no, en palabras del artista mexicano, el arte sucede exactamente en el territorio donde éste lleva las cosas, y de esta transportación es precisamente donde radica la genialidad de una obra, en el momento en que se independiza de su autor.

Las (no) posibilidades de una reubicación simbólica. De la metodología, la improvisación y los objetos

 Hay cierto tipo de metodología que tiene que ver con no partir desde algo preconcebido, y de ahí la improvisación que se va dando en cada uno de los procesos de Abraham Cruzvillegas. Dar un lugar apropiado al descontrol permite que el resultado y concepto final sea distinto de lo que se proyectó desde y en la creación.

Una vez suelta la obra en el mundo, aparecen infinitas posibilidades en ella, su materialidad y significado. La obra inserta en esta realidad se instala como un sujeto vivo, que es poseído por sus propias tensiones, necesidades, voluntades y contradicciones.

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En la producción y en los materiales el artista no intenta la transformación de éstos, ya que se transforman permanentemente por sí mismos. Se autodefine como un espía de las relaciones entre los objetos y de las situaciones.

Siendo así las cosas, fundamental en sus procesos, es como él se provee de este material que usa. Momento de apropiación de los objetos en que no son categorizados o discriminados; solo piensa en el grado potencial de utilidad de cada uno de ellos. Desde acá podríamos sentar parte de la base de lo que es su metodología, tomando de Marcel Duchamp la idea de las posibilidades de lo “infraleve”. Serían las energías latentes que habitan en los objetos las que exigen la atención y mirada de quien se presenta ante ellos. Estos síntomas “infraleves” actúan en el mismo momento de la selección, o sea, es el objeto mismo actuando. Y en esta misma marcha, es que lo anodino de un objeto trasladado al campo del arte significa en sí, no habiendo transformación alguna.

“Es una necesidad para mí que los objetos se signifiquen por sí mismos. No es mi intención resignificar nada. Y eso es lo que yo le exijo a un elemento para que sea parte de una obra mía. Lo que realmente lo resignifica es tu mirada, ya no es la mía, yo solo lo pongo ahí, es un apilamiento.”

El cometido de interpretación se da en el espectador bajo sus propias pulsiones y proyecciones, y estaría bajo su responsabilidad la “versión de los hechos” comenta Abraham, ya que no está en él generar una representación ni un modo figurativo en la disposición y redistribución en su trabajo.

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La tendencia o necesidad de los individuos y la audiencia a hacer sus propias representaciones, los lleva indefectiblemente a proyectar la forma en como el modelo, comunidad e institución han ido poniendo a la sociedad bajo una estructura de sometimiento. Y en coherencia con esta solapada imposición, es que el espectador se confirma a sí mismo en el momento en que obtiene las respuestas y significaciones que busca. Finalmente su interpretación tendría que ver con cómo las personas completan según sus expectativas y experiencia el significado de la obra. Las personas así, buscan la identificación de sus pulsiones en lo que se les presenta, logrando su confirmación como sujeto en cuanto al mundo y el otro, un otro estético.

Abraham Cruzvillegas es muy conciente de este pacto implícito entre los actores del paradigma y busca así una especie de redención en movimiento.

“Un acto de liberación, un acto juguetón, que en cuanto puedo y en cuanto la sociedad me lo permite, yo me puedo transformar en un niño cada vez que hago una obra y con muchísimo orgullo, y sin ningún prejuicio. Los niños apilan cosas, y eso es lo que yo hago, hasta que se caen o están a punto de caerse. Así sintetizado, esa es mi metodología.”

La tarea no es entregar respuestas ni entregar un mensaje, es posibilitar y permitir la voluntad de comunicación y discusión. Esto es posible en la medida de la existencia de una población plural, donde el espejismo del simulacro sentado en gran parte por la propia institución es derribada. Es necesario más que nunca poner en crisis y fricción las aparentes expectativas otorgadas por el patrón que cada uno mantiene o que puede cambiar. Resistir y salir a buscar.