Nos encontramos en medio del otoño de la zona europea, pero las actividades artísticas no han decaído. Esta vez parte de la comunidad artística congregó en el límite del continente para presenciar el trabajo de artistas de todo el mundo, esta vez concentrándose en una de las capitales política e históricamente más importantes, clave en el desarrollo de las civilizaciones de oriente y occidente: Estambul, celebrando la apertura de la versión número 15 de su Bienal de Arte. Ubicada en el límite entre Asia y Europa y habiendo sido –aún hoy– epicentro de múltiples invasiones, migraciones y renovaciones, la ciudad se ofrece como un terreno fértil para intercambiar perspectivas sobre temáticas políticas y sociales.

No es de extrañar -debido al estado político actual de los países del mediterráneo, el reciente golpe de estado en Turquía, su cercanía a Siria y la escena política mundial durante el año 2017 (y seguimos)- los asistentes estuviéramos esperando un evento cargado al pesimismo político y al drama social. Su nombre así lo insinuaba. El dúo de curadores Elmgreen & Dragset –quienes llevan más de 15 años desarrollando proyectos en esta capital– durante los dos últimos años se dedicaron a desenvolver el concepto “un buen vecino”, el cual fue definido incluso antes de las tormentas del Brexit, Siria, Palestina, Trump y lloremos. Los 56 artistas invitados a participar, proviniendo de 32 países diferentes, tenían material suficiente para densificar las obras y mostrarnos lo más oscuro del humano. Íbamos preparados para mirar hacia el futuro, aterrorizada; pero desde un principio, nos invitaron a vivir la experiencia desde otro lugar. Ya durante la conferencia de prensa su directora Bige Örer nos aclaró:

“El período de preparación para la 15va Bienal de Estambul nos ha recordado que, en este tiempo tumultuoso a través del cual estamos pasando, una de las cosas que más extrañamos es el vivir juntos sin tener que abstenernos de nuestra identidad.”

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La bienal se esparcía en distintos lugares del barrio de Galata, históricamente uno de los centros de intercambio monetario más importantes en los orígenes de la civilización occidental, independizandose desde sus inicios de la religión musulmana predominante en la antigua Constantinopla. Desde entonces hasta hoy, esta zona se ha mantenido como un centro económico y cultural, abriéndose al turismo, el mercado e instituciones diplomáticas, educacionales y culturales. El evento se concentró en la Escuela Primaria Griega de Galata –un centro recurrente para la Bienal de Estambul– un lugar para el conocimiento y el aprendizaje que cerró sus puertas a los estudiantes en el año 2007 debido a un decrecimiento en la población griega en la segunda mitad del siglo XX; Istanbul Modern, una antigua bodega de descarga que se transformó en un museo de arte moderno internacional, diseñado por el arquitecto Sedad Hakki Eldem en el año 1958; el Museo Pera construido originalmente como Hotel Bristol por Achille Manoussos en el año 1893, pasando a convertirse en museo luego de la renovación del edificio en el año 2005; ARK Kültür, una casa residencial del barrio de Galata que se remodeló al estilo Bauhaus por su dueño Gülfem Köseoglu en el año 2008, y abierta como espacio cultural y exhibitivo; Yogunluk Atelier, donde un grupo de artistas locales rediseñaron el espacio del departamento del barrio Galata para el evento y Kücük Mustafa Pasa Hammam, la única locación más alejada de Galata, un baño turco en desuso construido en el año 1477, siendo uno de los más antiguos de la ciudad y reflejando algunas de las características tradicionales claves de la estructura social del Imperio Otomano.

Los distintos centros ofrecían desde ya diversos acercamientos a la historia del lugar, tocando a través de la arquitectura algunos matices de la identidad y la transformación que caracteriza a la ciudad. Espacios que incluso a veces, se pueden haber prestado para la transmisión de nociones hegemónicas, diferenciaciones, privilegios, y a discriminaciones.

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Al contrario de lo esperado (como debiera suceder en una exposición exitosa), adentrarse en esta muestra no se trataba para nada sobre un viaje hacia el futuro, sino más bien hacia el pasado. Los intensos dos años de trabajo entre los curadores y los artistas habían desembocado en un escudriñamiento sobre las propias memorias, un análisis a veces bordeando en el psicoanálisis de las historias e infancias de los convocados. Por supuesto que más de alguno hacía uso de los macro-conflictos contemporáneos como material para la obra, pero el sentimiento general mientras pasábamos de lugar a lugar era una llamada de atención a los roces existentes en el día a día, en el mundo donde habitamos hoy, más allá de las guerras o los políticos. El hogar, el vecindario, nuestra intimidad e interioridad, métodos de orden doméstico y capas complejas de experiencia urbana: Hablemos sobre nosotros mismos. ¿Qué fue lo que nos quebró en un principio, que ha hecho que nos dirijamos tan violentamente hacia miembros de nuestra propia especie? Aquí teníamos artistas contándonos historias de exclusión, hacinamiento, maltrato o armonía dentro de sus propios hogares y los de otras personas. Nos sugerían que el crecer dentro de una cierta familia, dentro de una cierta comunidad, puede también traer consigo la imposición de una cultura o identidad que puede ser ajena a nuestra propia alma, y eso conlleva a la rebeldía y la oposición.

“¿Por qué estas anécdotas personales? No parecen acaso insignificantes y auto-referentes en relación a una bienal prominente, internacional, especialmente enfrentada a la severidad de la realidad política que rodea hoy a las bienales? Sí, por supuesto. Pero como individuos, artistas o curadores, solos tenemos poco poder, y sería incluso menor si no continuáramos compartiendo nuestras historias.”- Elmgreen & Dragset, 2017

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Utilizando la plataforma dada por los centros elegidos para la bienal, algunos de los artistas realizaron instalaciones de sitio específico en cada institución, cuestionando directamente la autoridad de éstas en su rol de educadores y formadores de identidad, siendo estos lugares (escuelas, museos, y en el caso de Turquía los baños públicos), extensiones de nuestros propios hogares.

¿Pero qué era lo que se intentaba transmitir a través del intercambio de historias entre los artistas? Juguemos por un momento con la idea de considerar el hogar como un planeta. Podría considerarse para algunos como una zona de guerra, donde cohabitan diversas personalidades (culturas) con diversos intereses, delimitados en zonas geográficas (habitaciones), y donde existe un sistema hegemónico donde el más fuerte impone una moral y un sistema económico. Desde pequeños entendemos que somos invasores habitando territorio ajeno y que para ello debemos adaptarnos a las reglas impuestas, no? Pero entrando a la adolescencia, algo comienza a madurar dentro de nosotros que lentamente comienza a oponerse, a rebelarse. No mucho tiempo después entenderemos que para ser nosotros mismos en nuestra mejor expresión, deberemos dejar este nido y crear nuestro propio territorio. Aún así, algo hay en el hogar que nos llama durante los momentos de crisis, un refugio sagrado que por conflictivo que haya sido, apela a nuestro niño interior, y seguimos regresando a él. Mantenemos una relación diplomática relativamente abierta que permita este ir y venir, sobre todo como un lugar de resistencia en tiempos de guerra.

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“A medida que más reflexionamos en la tiranía del hogar, se hace menos sorprendente que los jóvenes busquen ser libres del escrutinio y el control. La evidente nostalgia en muchos de los escritos sobre la idea del hogar es más sorprendente. La mezcla de nostalgia y resistencia explica por qué el tema es tantas veces tratado como humorístico.” – Mary Douglas, ‘The idea of a home: A kind of Space’, en Social Research, Vol. 58, No. 1, Spring 1991, p. 287.

Se podría también para otros, pensar el hogar como un santuario. Un espacio donde todo siempre ha funcionado de manera armoniosa y donde no hay espacio para la crisis. Al no conocer las dificultades y al no saber lidiar con ellas, intentaremos que nuestra vida permanezca imperturbable, considerando los factores que la conforman como inamovibles para que esto suceda. La religión, la moral, las clases sociales demasiado tradicionales juegan a menudo el rol de estos pilares que nos son transferidos tácitamente en nuestra familia y en nuestra comunidad. Posteriormente, estos valores y costumbres que nos proporcionan la sensación de armonía se verán amenazados por convicciones ajenas, por realidades que se conforman sobre otros pilares. Debatiremos sus dogmas, destruiremos sus estructuras, no solo en pos de protegernos sino que además hemos comprobado que nuestro modo de vida es una alquimia exitosa, y se la deseamos desinteresadamente al prójimo, asumiendo que ellos no han sido expuestos a semejante ambiente de concordia.

Ahora, si escalamos estos comportamientos (o cualquier estructura que se nos haya transmitido en el hogar) a la calle, al trabajo, a la política, a nuestras ciudades y países, quizás comenzamos a vislumbrar nuestro propio condicionamiento. ¿Buscamos quizás imponer nuestras estructuras, convencidos en base a nuestra propia experiencia que son efectivas y más beneficiosas para construir comunidades, porque las consideramos sustentables desde nuestra subjetividad?¿O por defender nuestro territorio en el que nos vemos amenazados?

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Éstas son las interrogantes que la bienal invitó a considerar. Exponiendo su intimidad, los artistas cariñosamente nos instigaban sobre nuestras historias, nuestros puntos de quiebre, nuestro entendimiento del concepto “territorio” y nuestra herencia moral. Enfrentándonos a una inmensa diversidad de identidades y de opiniones, y apelando a nuestra sensibilidad a través del uso de materiales sencillos, identificables, y con una amplia gama de técnicas y soportes; insisten en la coexistencia respetuosa, basada en la ignorancia de la experiencia ajena. Asumir esto es el primer paso a respetar desde lo profundo. No es el espacio para plantear soluciones o alternativas, sino para recordarnos las bases comunes que compartimos como humanidad. Entendernos como migrantes desde nuestras cunas. Invadidos e invasores. Escapistas y fanáticos. Moralistas, rebeldes. Todos.

 “En tiempos donde la inminencia de nuestros problemas políticos es tan grande que parecen inabarcables, inaccesibles e insondables para nosotros como individuos, esperamos traer la política a los hogares – de vuelta a sus raíces. El microcosmos refleja el macrocosmos y viceversa.”
Elmgreen & Dragset, 2017

Siguiendo a Venecia y Kassel, la 15va Bienal de Estambul nos devolvió a la Tierra, dejando de lado las corrientes del mundo del arte contemporáneo y asumiendo el rol de un maestro indulgente. ¿Es acaso posible recuperar esa gama valórica en un mundo donde nos clasificamos acorde a nuestra procedencia, pertenencia y posibilidades de permanencia?¿Cómo lograremos suprimir nuestro reflejo de rebelión y de contesta, para darle espacio a la empatía y al diálogo?

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